Hay razones para sospechar que la meta inflacionaria de la Reserva Federal de Estados Unidos podría ser inalcanzable en los próximos años y habría que definir una nueva. En un contexto de tasas de interés altas producto de la inflación, se esperaría una ralentización del mercado inmobiliario, la redirección del ahorro hacia la renta fija, la reducción de programas de recompra de acciones, nuevas emisiones de deuda a tasas variables y la revisión de las provisiones para el financiamiento de planes de pensiones.
La Reserva Federal de Estados Unidos (FED) ha manifestado con bastante claridad la intención de subir la tasa del mercado interbancario (federal fund rate) hasta que la inflación comience a dar señales inequívocas de estar retrocediendo. Una vez que esa tasa alcance un máximo debe pasar un tiempo para que comience el proceso de disminuirla.
Los actores de los mercados financieros se preguntan: ¿cuál será el máximo que tocará la tasa interbancaria? ¿Cuándo lo alcanzará? ¿Cuánto tiempo debe pasar para que comience la disminución? Estas preguntas se formulan en un contexto en el que la FED sigue manteniendo en dos por ciento la inflación admisible para que la economía estadounidense funcione con mínimas disrupciones.
Pero hay suficientes razones para sospechar que la meta inflacionaria de la FED podría ser inalcanzable en los próximos años y, ante la imposibilidad de alcanzarla, habría que definir una nueva. ¿Qué sustenta ese temor? Una serie de factores, de naturaleza novel, entre los que se encuentran la recomposición de las cadenas de suministros producto de la desglobalización, el envejecimiento de la población económicamente activa en los países desarrollados y el costo de sustituir las fuentes tradicionales de energía por otras menos nocivas al ambiente.
Por supuesto que la FED está obligada a mantener la meta inflacionaria del dos por ciento hasta que la cruda realidad la obligue a reconocer lo inocultable. ¿Cuál sería esa nueva meta? ¿Cuándo se anunciaría? Estas preguntas no se responderán a corto plazo, y conocer la respuesta no es lo más relevante. Lo interesante en este caso es entender cómo se adaptará la sociedad para funcionar con una inflación no vista en la última década.
Vale la pena recordar que mientras mayor es la inflación esperada mayores serán las tasas de interés. Por ello las fuentes de financiamiento baratas de la década pasada en los países desarrollados se acabaron.
En un contexto de tasas altas hay cambios previsibles en las conductas de las empresas y los individuos. Para empezar, se esperaría una ralentización del mercado inmobiliario estadounidense, debido al aumento del costo de las hipotecas. Es probable que los precios de los inmuebles no caigan sustancialmente, porque los deudores hipotecarios son de mejor calidad crediticia que sus homólogos de la crisis financiera de 2008, por lo que tienen mayor capacidad de aguante. Los propietarios de viviendas hipotecadas tenderán a mudarse menos, ya que al hacerlo pierden una hipoteca a baja tasa y tendrían que sustituirla por una de mayor costo.
Las personas tenderán a colocar en los próximos años una mayor proporción de sus ahorros en instrumentos de renta fija. Un bono del Tesoro a dos años con rendimientos del orden del cinco por ciento es bastante competitivo frente a un mercado accionario volátil. Habrá mucho dinero acumulado en renta fija a la espera de que la FED dé una señal inequívoca del comienzo del ajuste a la baja de la tasa del mercado interbancario.
Los cambios en la tendencia del mercado accionario pueden ser muy bruscos, por lo que se presenta la disyuntiva de comprar prematuramente —y sacrificar las altas tasas de interés y sufrir la volatilidad del precio de las acciones—, o esperar un mejor momento para volver al mercado accionario con el riesgo de perder un rally. Las empresas tenderán a disminuir los programas de recompra de acciones financiados con deuda, debido a los costos del financiamiento. Mientras los demócratas, que ven estos programas con muy malos ojos, controlen la Presidencia y el Senado, los costos políticos para las empresas que implanten estos programas hay que tomarlos en cuenta.
Las empresas tenderán a emitir instrumentos de deuda a tasa variable, a la espera de que en un futuro las tasas de interés bajen y en consecuencia sus costos. Este comportamiento es simétrico al vivido en la década pasada, cuando había una preferencia por contratos a largo plazo y a tasa fija, para tratar de atar recursos de bajo costo el mayor tiempo posible. Las empresas que ofrecen planes de pensiones para sus empleados se verán beneficiadas porque, al subir las tasas de interés, los cálculos actuariales mostrarán una reducción en este tipo de pasivos y, en consecuencia, se reducirán los apartados de utilidades para cubrirlos.
La oferta de fondos invertibles en el mundo del capital de riesgo disminuirá y el costo de los recursos aumentará. En la medida en que los instrumentos de renta fija sean más rentables, los inversionistas requerirán una prima de riesgo mayor por colocar dinero en actividades intrínsecamente más ilíquidas y riesgosas.
Si la década siguiente presenta mayor inflación, se exacerbarán los problemas asociados al financiamiento del retiro, ya que por razones obvias el dinero acumulado será insuficiente y esto afectará la demanda de bienes y servicios para el segmento de la tercera edad. Las personas cautas, cercanas a la fecha del retiro, tendrán que enfrentar la contingencia inflacionaria con estrategias similares a las que se usan para sortear otros eventos impredecibles (como una aguda corrección del mercado accionario); es decir, revisar con frecuencia sus costos y gastos, reevaluar la pertinencia de conservar activos de alto costo de mantenimiento (como vehículos de lujo, viviendas espaciosas, acciones en clubes o segundas viviendas) y tratar de obtener ingresos por actividades a dedicación parcial.
Parte del éxito de muchas empresas consiste en saber sortear los eventos imponderables de los ciclos económicos; la inflación, en tanto modulador del consumo y la inversión, es uno de ellos. Pero en el caso de las personas la situación es más dramática porque, a diferencia de las empresas, su horizonte de vida es más corto y no siempre tienen tiempo para corregir los impactos negativos de la economía. Prepararse para un mundo con mayor inflación no es solo sensato, sino también necesario.
Carlos Jaramillo, director académico del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
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