El arco del comercio internacional en Rusia

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Makalu en Pixabay

Vladímir Putin mezcla las tácticas políticas con las transacciones económicas que mantiene con las élites que lo han apoyado, de modo que se puede intuir cómo procederá la reinserción rusa en el mundo de negocios una vez finalizada la guerra. Las primeras empresas que volverán a Rusia son las que toleran el riesgo. Pero la Rusia que abandonaron no es la Rusia a la que regresarían.


 

En la fecha del tercer aniversario del comienzo de la invasión rusa a Ucrania, Trump y Putin sostuvieron un encuentro en el cual sugirieron que, una vez alcanzados unos acuerdos básicos para lograr el fin de la guerra, Rusia estaría nuevamente abierta a los negocios internacionales. El presidente Trump y sus más cercanos colaboradores sostienen que una vez lograda la paz las oportunidades de negocios serán abundantes.

La relación de negocios de los rusos con el mundo occidental ha sido siempre muy accidentada, caracterizada por cortos periodos de prosperidad seguidos por cataclismos políticos. Las empresas occidentales que apostaban a una nueva realidad económica, resultado de los cambios políticos en el país, terminaron perdiéndolo todo.

Los interesados en las relaciones político-económicas entre Rusia y Occidente encontrarán de gran interés el libro del periodista Charles Hecker titulado Suma cero: el arco del comercio internacional en Rusia, que salió a la venta en Estados Unidos en días recientes. El autor ofrece un relato del ascenso y la caída de las empresas internacionales en Rusia: una historia que abarca desde la eufórica década de 1980 —últimos años de la Unión Soviética— hasta la trágica ruptura de las relaciones comerciales después de la invasión a Ucrania en 2022.

Varias reseñas sobre este texto lo reconocen más como un detallado relato de primera mano de quien estuvo vinculado al mundo de negocios rusos en los últimos 35 años que como una fuente suficientemente seria para analizar los procesos ocurridos en ese periodo. Sin embargo, los relatos recopilados en este libro pueden ser de utilidad para conocer la manera en que Putin mezcla las tácticas políticas con las transacciones económicas que mantiene con las élites que le han apoyado, en la medida en que a partir de allí se pueda intuir cómo procederá para reinsertar a Rusia en el comercio internacional.


Un grupo de empresas ha dejado de operar en Rusia, sin abandonar oficialmente el país por temor a que les expropien sus activos.


Hecker recuerda que Putin estabilizó su país durante la primera década del siglo XXI gracias a una arbitraria redistribución de la propiedad en favor de quienes le apoyaban, así como una rápida consolidación de la propiedad estatal. El creciente autoritarismo y las ambiciones geopolíticas del mandatario ruso cambiaron gradualmente las «reglas del juego» y, según Hecker, la comunidad empresarial no quiso evaluar adecuadamente estos cambios y, en consecuencia, responder al cambiante entorno económico y la trayectoria política de Rusia.

Este rasgo redistributivo se ha vuelto a encontrar a partir del año 2022 cuando, producto de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, más de 1500 compañías registradas por el Instituto de Liderazgo de Altos Ejecutivos (CELI, por sus siglas en inglés) de la Escuela de Administración de Yale se han visto en el dilema de permanecer en Rusia —haciendo lo mínimo requerido para atender las sanciones sin dejar de tener alguna presencia— o vender sus operaciones a una fracción de su valor a quienes gozan de la aprobación del régimen ruso.


Las empresas que anteponen sus principios éticos a las ganancias no volverán a Rusia.


Hecker pronostica que las primeras empresas en regresar, si es que partieron del todo, son aquellas con alta tolerancia al riesgo, como las del sector energético o las extractoras de minerales, que normalmente operan en ambientes de gran inestabilidad política. Pero la Rusia que abandonaron no es la Rusia a la que regresarían. La economía del país, en estos tiempos de guerra, enfrenta tasas de interés del 21 por ciento, escasez de mano de obra y disminución del número de consumidores de clase media.

No hay que mitificar la importancia relativa de Rusia en la economía mundial. Antes de la invasión a Ucrania el país era responsable de solo el 1,7 por ciento de la producción mundial. La mayoría de las multinacionales en Rusia no obtuvieron más del uno por ciento de sus ingresos globales, según datos del CELI e investigadores de la Escuela de Economía de la Universidad de Kiev, que siguen muy de cerca el desempeño de las multinacionales en Rusia desde el mismo mes en que se produjo la invasión a Ucrania.

Ha habido una variada gama de respuestas a las sanciones impuestas a Rusia por los que hasta ese momento eran sus socios comerciales. Las empresas que anteponen sus principios éticos a las ganancias no volverán. Entre ellas están Danone, Carlsberg y la empresa energética alemana Uniper, a las que se les han confiscado sus activos.

Las empresas que han permanecido han variado su exposición de negocios en Rusia. Algunas han tratado de mantener sin modificaciones su cartera de productos o servicios y ajustarse a la demanda de una economía de guerra. Otras mantienen sus activos, pero han paralizado nuevas inversiones. Empresas como Coca Cola han dejado de producir las marcas tradicionales, pero han introducido nuevas. Un tercer grupo ha dejado de operar, sin abandonar oficialmente el país por temor a que les expropien sus activos.


El panorama de inversiones que ofrecerá la Rusia de posguerra no es tan prometedor como los miembros del equipo asesor de Trump quieren hacer creer.


En todos los casos la repatriación de dividendos está suspendida. Las que optaron por cerrar sus operaciones y tratar de formalizar su salida tuvieron que vender sus negocios a descuento y pagar un recargo del 35 por ciento del valor de venta de sus activos, calificado como contribución «voluntaria» al gobierno. Los compradores de estos activos son muy diversos y abarcan desde socios locales de las multinacionales y empleados que han levantado fondos para comprar la operación local en la que trabajaban —como es el caso de Paul Melling, citado por Hecker, que se asoció con directivos rusos para comprar la operación de Baker McKenzie’s— hasta miembros de la nueva oligarquía.

Muchas operaciones de venta incluyen opciones de compra a futuro que se ejercerían si el conflicto cesa. Pero cuando las empresas son vendidas a la nueva oligarquía —formada según Hecker por individuos que no fueron sancionados cuando estalló la guerra, porque no formaban parte del grupo de multimillonarios que hicieron sus fortunas durante los primeros años del régimen de Putin— cabe preguntarse si los nuevos propietarios estarían dispuestos a revenderlas a sus dueños originales y en qué condiciones.

En opinión de Hecker el regreso de algunas empresas y la reactivación de otras comenzarán una vez que se eliminen las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos y la Unión Europea. En una primera fase habrá un mayor énfasis en recuperar viejas inversiones que en asumir nuevos riesgos.

El panorama de inversiones que ofrecerá la Rusia de posguerra no es tan prometedor como los miembros del equipo asesor del presidente Trump quieren hacer creer. Pero, dados los antecedentes históricos de la relación de Rusia con Occidente, siempre puede haber una siguiente oportunidad para hacer negocios allí.


Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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