¿Consumen los chinos más de lo que se cree?

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Sergio Kian en Unsplash

La afirmación de que China invierte mucho y consume poco parece ser una verdad a medias. ¿En qué se basa esa afirmación? En que el consumo de dicho país como porcentaje de su PIB es mucho menor que la media mundial. Esto se debe a que la inversión, como porcentaje del PIB, ha crecido más rápidamente: un diez por ciento anual en este siglo.


 

Hay una narrativa que ha sido muy útil para explicar el desempeño económico de China desde los años ochenta. Según ella, cuando el gigante asiático decidió convertirse en una potencia manufacturera lo hizo a expensas del consumo, para destinar el ahorro a la construcción de infraestructura productiva.

En opinión de Ruchir Sharma, de la firma de servicios financieros Rockefeller Capital Management —quien además es un conocido columnista en temas de finanzas internacionales—, la afirmación de que China invierte mucho y consume poco es una verdad a medias. Si bien es cierto que existe sobreinversión, no está acompañada de una clara represión del consumo.

Antes de invitar a la población a consumir más es necesario entender mejor qué se oculta tras las cifras macroeconómicas. Durante el siglo XXI, el gasto de consumo privado en China ha crecido por encima del ocho por ciento anual (en términos reales), cifra no igualada por ninguna otra economía del planeta. Sin embargo, la tasa de crecimiento de ese gasto se ha desacelerado, hasta tocar el cinco por ciento en los últimos años, debido principalmente al envejecimiento de la población.


El consumo de China como porcentaje de su PIB es del orden del cuarenta por ciento, un valor mucho menor que la media mundial.


La merma del consumo no es homogénea y la reducción de su tasa de crecimiento se hace más notable en el sector de los servicios, no en el de los bienes. El consumo de las economías que forman parte del llamado «milagro asiático» —que incluye a Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur— mostró un patrón similar al chino, con una tasa de crecimiento alta en la fase inicial de desarrollo que posteriormente se desaceleró.

¿En qué se basa esa narrativa? En que el consumo de China como porcentaje de su PIB es del orden del cuarenta por ciento, un valor mucho menor que la media mundial. Esto se debe a que la inversión (infraestructura, bienes inmuebles y empresas de manufactura) como porcentaje del PIB ha crecido más rápidamente, con un promedio del diez por ciento anual en este siglo.

Cuando se corrige el gasto del consumidor para incorporar servicios como salud y educación que el gobierno chino paga por cuenta de la población, el consumo aumenta significativamente como porcentaje del PIB: ronda el 55 por ciento, más cercano a los estándares internacionales. Mientras, la inversión sigue siendo sustancialmente alta: un 40 por ciento del PIB que prácticamente iguala al consumo.

En una economía típica la inversión es menor que el consumo como porcentaje del PIB, pero es más importante para el ciclo económico. Los consumidores no pueden dejar de gastar en necesidades básicas durante una recesión; pero las empresas sí pueden dejar de invertir, al menos temporalmente.


China ha logrado mantener el flujo de inversiones gracias a la enorme cantidad de recursos que manejan los bancos propiedad del Estado.


Solo diez países han visto brevemente un pico de inversión superior al 40 por ciento del PIB. A esa magnitud comienzan a financiarse no solo proyectos rentables, sino también otros que destruyen valor, como son autopistas que conectan con zonas de poco movimiento económico o viviendas en zonas donde no existe demanda real.

China ha logrado mantener el flujo de inversiones gracias a la enorme cantidad de recursos que manejan los bancos propiedad del Estado. El problema de la sobreinversión es complejo, porque no solo se financian proyectos que no crean valor, sino también se crean excedentes de productos destinados a la exportación, lo que disgusta a los socios comerciales de China, que se sienten invadidos.

El problema del gasto de consumo en China podría ser menor que lo sugerido por las estadísticas convencionales. Hay problemas estructurales que ralentizan el flujo de recursos hacia ese segmento de la economía; por ejemplo, los controles migratorios internos que impiden a los habitantes de las zonas rurales reubicarse fácilmente en las grandes ciudades donde hay empleos mejor remunerados. Además, las deficiencias del régimen de pensiones obligan a los ciudadanos a limitar sus gastos corrientes para acumular recursos para la vejez.


Para que las personas dejen de ahorrar y comiencen a gastar necesitan certeza en la provisión de salud, vivienda y educación.


Cada vez que el gobierno chino realiza algún ajuste para terminar de consolidar el cambio de un modelo exportador a uno de consumo interno se encuentra con problemas del modelo anterior que afectan directamente a los consumidores. Al tratar de reducir los efectos de la sobreinversión, el gobierno se vio obligado a recortar los fondos dirigidos al sector inmobiliario. Esto redujo los precios de los inmuebles y paralizó algunos proyectos, lo que causó pérdidas a quienes usaban los inmuebles como vehículos de ahorro a largo plazo. Para sortear los efectos de tales pérdidas, los afectados redujeron el consumo.

El gobierno chino, en su afán de estimular el consumo, tiene un plan de acción cuya ejecución no parece fácil. Por lo pronto ha creado subsidios a la compra de electrodomésticos, pero este tipo de medidas no dejan de ser transitorias. Para que las personas dejen de ahorrar y comiencen a gastar necesitan certeza en la provisión de salud, vivienda y educación. Ello requiere modificar, entre otras cosas, las políticas de movilidad interna y permitir a quienes se mudan del mundo rural al urbano tener acceso a estos servicios.

Para estimular el consumo se necesita, primero, reducir el endeudamiento de los hogares, un sesenta por ciento del PIB, que resulta superior al de países emergentes y similar al estadounidense, que es una economía de consumo por excelencia. El gran reto de China es corregir los desequilibrios ocasionados por un modelo económico que durante mucho tiempo se basó en producir para exportar, lo que privilegiaba la inversión que apuntalaba la capacidad productiva.

Dar el giro hacia una economía de consumo no ha sido fácil, pues hay intereses creados que se benefician del modelo económico imperante. En opinión de Ruchir Sharma, la solución no es desviar el foco de la intromisión estatal hacia el impulso del consumo, sino aceptar que China está agobiada por una población en declive, una productividad en descenso y una enorme carga de deuda.

En la actualidad la tasa de crecimiento potencial real está más cerca del 2,5 por ciento que del 5 por ciento al que aspira el gobierno chino. A medida que el crecimiento se desacelere a un ritmo más realista, el consumo se expandirá naturalmente como porcentaje de la economía.


Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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