El fin del dinero barato: ¿qué pasará con los fondos indizados?

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Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay

Entre 2008 y 2022 el dinero barato fue el factor global común que mantuvo altas las correlaciones entre los rendimientos de las acciones, los instrumentos de renta fija y hasta los precios de las materias primas. En 2022 este factor desapareció y la estrategia de invertir en fondos indizados ya no será el tiro al piso de la década pasada.


El horizonte de inversión de los grandes inversionistas institucionales —como los fondos soberanos o los fideicomisos de las grandes universidades del primer mundo— se mide en siglos; el de los individuos, en el mejor de los casos, en décadas. Por lo tanto, toda estrategia de inversión individual es una apuesta a que, en ese «corto periodo», se encontrará el grupo de activos con el mejor desempeño económico.

Entre 2008 y 2022, cuando los bancos centrales de los países desarrollados inyectaron grandes cantidades de recursos para paliar la Gran Crisis Financiera y la pandemia de la covid, el dinero barato fue el factor global común que mantuvo muy correlacionados los rendimientos de las acciones de oferta pública o colocación privada, los instrumentos de renta fija y hasta los precios de las materias primas. En un contexto de alta correlación de activos financieros, los fondos indizados funcionan muy bien, pues sus rendimientos son muy similares a los de aquellos que ejecutan estrategias activas; y sus costos de manejo, sustancialmente menores. No en vano el crecimiento de los fondos pasivos —los que replican índices bursátiles— fue exponencial en los últimos quince años.

En 2022 ese factor global común desapareció. Con el crecimiento descontrolado de la inflación en los países desarrollados, los bancos centrales tuvieron que subir las tasas de interés, lo que acabó con el dinero barato y obligó a las grandes empresas a reajustar sus planes de acción. Además del alza del costo del dinero, las empresas han tenido que lidiar con tres factores: desglobalización creciente, inestabilidad del suministro de energía y cambios en la composición de la fuerza laboral de los países desarrollados, producto del envejecimiento de la población y el deseo de algunos individuos de desarrollar proyectos personales fuera de las grandes empresas.

En la nueva realidad emergente la correlación entre las principales familias de activos financieros se reducirá, y la estrategia de invertir en fondos indizados ya no será el tiro al piso de la década pasada. ¿Qué deberán hacer los inversionistas en este nuevo contexto? Volver a pasar por la compleja tarea de identificar sectores ganadores y, a partir de allí, escoger acciones, instrumentos de renta fija, materias primas y productos derivados; en otras palabras, volver a utilizar vehículos de inversión que sigan estrategias activas, diseñadas precisamente para identificar tales sectores ganadores.

Una vasta bibliografía muestra que, lamentablemente, muchos fondos activos tienen desempeños inferiores a los que siguen estrategias pasivas, sobre todo cuando se toman en cuenta los costos de manejo de activos. En la nueva realidad, seguramente, muchos títulos financieros están subvalorados y se confunden con otros muy afectados por el alza de las tasas de interés y la iliquidez de algunos segmentos de los mercados financieros.

¿Qué pasará con los fondos indizados? Sin duda, seguirán siendo parte del menú de los inversionistas individuales. Pero hay dos factores intrínsecos al manejo de carteras de inversión que siempre deben tenerse en cuenta: 1) la tarea principal de todo gestor de fondos es tratar de identificar las tendencias que generarán valor en los próximos años y 2) al no tener un horizonte de inversión infinito, buena parte del desempeño económico de una cartera dependerá de las características del ciclo económico en el cual nos toca vivir, y ese hecho no lo controla nadie.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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