En las últimas décadas ha aumentado el interés en la felicidad. Su búsqueda se ha convertido en una próspera industria de consultoría y asesoramiento. Pero la búsqueda de la felicidad, sin reflexión crítica, puede ser superficial y tener efectos desfavorables.
Todos los hombres, hermano Galión, desean vivir felices, pero son torpes para percibir exactamente qué es lo que hace feliz la vida.
Séneca
¿Están los seres humanos en el mundo para ser felices o son felices para perdurar en el mundo? Si la felicidad es tan importante, ¿por qué se percibe tan esquiva, tanto que luego de un tiempo las personas no sabían que eran felices?
Las respuestas a estas preguntas son elusivas, a pesar de que en las últimas décadas ha ocurrido una explosión de felicidad o, más bien, de atención e información sobre la felicidad. Muchos departamentos de psicología de prestigiosas universidades, como Princeton, Harvard y Yale, a la par de institutos de investigación especializados, se dedican a investigar el tema.
Este interés ha producido cientos de investigaciones científicas, conferencias y libros, algunos basados en pruebas y otros no tan bien fundamentados. Una industria de asesoría y autoayuda ha florecido, dedicada a la consecución y el mantenimiento de la felicidad. En el mundo empresarial hay intervenciones para convertir las empresas en lugares felices, con el fin de crear una fuerza laboral motivada y productiva. Incluso una resolución de las Naciones Unidas declara la búsqueda de la felicidad una meta humana fundamental. Pero, ¿cuáles son los principales aspectos —positivos y negativos— de la búsqueda de la felicidad pensada críticamente, fuera de lugares comunes o superficiales?
«Éramos felices y no lo sabíamos»
En momentos de nostalgia por tiempos mejores se suele escuchar: «Éramos felices y no lo sabíamos». ¿Es que acaso la gente no sabe cuándo es feliz? ¿Es quizá la felicidad un concepto tan difícil de entender y sentir? Pues parece que sí, y no solo para las personas comunes, sino también para especialistas.
Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel y experto en el tema, alerta que la felicidad no puede definirse de forma simple y que no tiene un significado único universal.[1] A la felicidad se le equipara al bienestar subjetivo y a la satisfacción con la vida, aunque puedan hacerse distinciones entre estos términos.
Las diferencias en concepciones crean paradojas. Considérese la sorpresa en los países caribeños, cuando se ve que los países nórdicos lideran las listas de felicidad, pues a la cultura nórdica se la percibe como fría y distante, sin mayores expresiones de alegría. Mientras que, para muchas personas en los países desarrollados, es difícil entender que en los países pobres haya muchas razones para ser felices.
La paradoja surge porque en unas concepciones de felicidad, o satisfacción con la vida (el concepto usado en el Informe mundial de la felicidad,[2] se toman en cuenta aspectos tales como calidad de vida, percepción de corrupción y producto interno bruto, en los cuales los países nórdicos salen muy bien evaluados. Entender la felicidad implica cuestionar ideas preconcebidas y reconocer que es un concepto complejo y multifacético, casi tanto como el ser humano que la alberga.
Beneficios de ser feliz, más allá de ser feliz
Hay consenso en que la felicidad y la satisfacción con la vida y el trabajo son fuentes de beneficios, porque promueven el bienestar general de las personas, fortalecen las relaciones sociales, fomentan el pensamiento creativo, aumentan el alcance de la atención (y la disposición a abrirse a nuevas perspectivas), ayudan a sobrellevar emociones negativas (como el estrés y sus efectos nocivos) y aumentan la productividad, entre muchos otros beneficios.[3] No en balde la búsqueda de la felicidad es uno de los principales motivadores de la conducta humana. Sin embargo, además de los beneficios, puede haber una felicidad tóxica, y la búsqueda de la felicidad puede tener un lado negativo.
Los genes son más importantes de lo que se pensaba
Los genes son el principal factor detrás de la felicidad basal o crónica, aquella que no depende de momentáneos episodios de alegría o tristeza. En efecto, recientes estudios sitúan el efecto genético entre un setenta y un ochenta por ciento.[4] La felicidad crónica es manipulable, pero menos de lo que planteaba el modelo sostenible de felicidad de Sonja Lyubomirsky y sus colegas, conocido por el famoso «Gráfico de la felicidad 50-10-40», muy difundido, pero hoy cuestionado incluso por sus autores.[5]
Según este modelo, la felicidad crónica depende en un cincuenta por ciento de la herencia genética, en un diez por ciento de las circunstancias que se enfrentan en la vida y en un cuarenta por ciento de las acciones que pueden emprenderse voluntariamente. Esto daría amplio margen de maniobra para aumentar la felicidad con las acciones, y dio pie a muchas intervenciones para mejorar el bienestar.
Pero esos porcentajes no tienen sustento científico. Las actividades voluntarias influyen en el bienestar menos de lo que se pensaba (un estudio encuentra un aporte de solo un quince por ciento). Si se toma en cuenta la variación total de la felicidad (para incluir la felicidad momentánea), la contribución genética se calcula entre el 32 y el 41 por ciento. La felicidad momentánea es más manipulable y más sensible a intervenciones, pero su efecto es efímero.
Neurociencia: un sistema de recompensa
La felicidad se encuentra estrechamente relacionada con el sistema de recompensa del cerebro y con la amígdala, conocida por regular las emociones. Desde el punto de vista de la neurociencia, la felicidad funciona como un mecanismo motivador para realizar tareas: una recompensa por perseguirlas y lograrlas. De esta manera, la felicidad se considera un subproducto de la búsqueda y el logro de objetivos. En consecuencia, para aumentar la felicidad, es recomendable fijarse metas claras y, muy importante, monitorear el progreso hacia ellas. Actividades como practicar ejercicios, meditar, expresar gratitud, llevar un diario, estar en contacto con la naturaleza e incluso asolearse activan los sistemas del cerebro relacionados con las emociones positivas, y resultan beneficiosas para el bienestar emocional.
Más allá de vivir el presente
En un sentido temporal, se pueden distinguir dos tipos de felicidad. La felicidad momentánea —experimentada momento a momento por acciones en el tiempo presente— se relaciona con la felicidad hedónica, la búsqueda de experiencias agradables (como el placer físico), la diversión y el entretenimiento, como cuando se tiene sexo, se come un helado o se contempla un atardecer.
La felicidad evaluativa, en cambio, resulta de la apreciación de un período más extenso, de la vida como un todo, del pasado o de las expectativas de futuro, como cuando se siente satisfacción por criar bien a los hijos, culminar los estudios y otros logros importantes, que generan satisfacción con la vida, aunque por el camino abunden emociones negativas: disgustos con los hijos, ansiedad por los exámenes, etc. Daniel Kahneman explica esta diferencia con la distinción entre «ser feliz en tu vida» (felicidad momentánea) y «estar feliz con tu vida» (felicidad evaluativa).[6] Hacen falta ambos tipos de felicidad para lograr una vida plena.
La felicidad evaluativa se relaciona con la felicidad eudamónica: un sentido más profundo y duradero de bienestar y satisfacción en la vida. Esta forma de felicidad se centra en la realización de las capacidades y potencialidades humanas, así como en el desarrollo de una vida virtuosa y de excelencia moral. El concepto de eudamonia, felicidad o bienestar, viene de Aristóteles y otras escuelas filosóficas como la estoica, de moda entre ejecutivos y trabajadores del Valle del Silicón.
La felicidad evaluativa depende de la forma como se piensa la propia vida. Por ejemplo, cuando las dificultades arrecian conviene hacer una evaluación más allá del momento presente, pensar en el largo plazo y en las metas trascendentes que guían el trabajo y la vida, y cómo se progresa hacia ellas. Para que esta evaluación tenga sentido hay que perseguir metas —mientras más elevadas y trascendentes mejor— alineadas con los propios valores, pasiones e intereses.
Una buena idea es evaluar periódicamente la vida y el trabajo, y practicar la autocompasión y la comprensión por los propios fallos. El propósito es mantener el foco en lo importante del camino hacia la felicidad evaluativa y la satisfacción con la vida, y evitar que lo urgente, con fallos o placeres momentáneos, distraiga de los objetivos más elevados y a largo plazo.
Estrategia y felicidad
El ejercicio estratégico de definir la misión, la visión, el propósito y los valores de una empresa puede ser un ejercicio de felicidad. Estos elementos estratégicos deberían ser tales que inspiren, guíen y motiven a los empleados y le den sentido a su trabajo. Bien definidos, estos elementos proporcionan un contexto que ofrece satisfacción y bienestar entre los trabajadores, al permitirles evaluar si llevan una vida laboral virtuosa.
Lamentablemente a menudo la planificación estratégica es un ejercicio ritual. Las misiones y visiones empresariales suelen ser grandilocuentes y vacías de contenido, como se burlan cínicamente en la comedia El valle del silicón, que muestra a muchas empresas repetir el cliché de que su misión es «hacer del mundo un lugar mejor» con sus productos y servicios, mientras buscan atraer inversionistas.
Conexiones
Uno de los hallazgos más consistentes en los estudios sobre la felicidad es la importancia de las relaciones con otras personas. Es el principal hallazgo del estudio de Harvard sobre el desarrollo de la vida adulta, el estudio más largo sobre felicidad, que hizo seguimiento a una cohorte de personas por cerca de ochenta años.[7] El estudio reveló que las conexiones con otras personas son importantes no solo para la felicidad, sino también para ser saludables y tener una vida plena y con significado.
Pero no importa tanto la cantidad como la calidad de las relaciones. Por ejemplo, los extrovertidos se sienten cómodos cuando interactúan con muchas personas y se beneficiarían en principio por la cantidad; al contrario de los introvertidos, quienes se sienten abrumados entre muchas personas, se estresan y se reduce su felicidad. La idea no sería aumentar las relaciones de manera superficial sino establecer relaciones significativas, incluso conversando con extraños de temas interesantes.
Uno de los problemas con las conexiones es la comparación social. En general, la gente no evalúa su situación de manera absoluta sino relativa. Muchas personas son más felices con un ingreso de 100.000 dólares en un vecindario donde el grupo de comparación, vecinos o amigos, gane 75.000 dólares, que tener un ingreso de 150.000 dólares en un vecindario donde el grupo de comparación gane 200.000. Es inteligente conectarse o escoger como grupo de comparación uno que no menoscabe la evaluación propia de felicidad, sin caer en el conformismo.
El dinero es un comodín
Se ha encontrado que, al tener las necesidades básicas satisfechas, el incremento en la felicidad por aumento de la riqueza es marginal: se estanca para quienes tienden a ser infelices, en tanto que, para los que tienden a ser felices, la felicidad se incrementa, pero cada vez menos a medida que aumenta la riqueza.[8] Lo cual no es de extrañar, pues el dinero es algo abstracto y la mente humana no es dada a emocionarse con abstracciones, aunque sí hay gente que siente amor por el dinero en abstracto.
Algunos estudios han revelado que la relación del dinero con la felicidad es compleja. El dinero puede pensarse como un comodín que puede cambiarse por otras cosas. Una de esas cosas es una experiencia que produzca felicidad. También puede usarse como un recurso que facilita el logro de metas de vida, como vacaciones familiares o ser generosos con los demás. Por ejemplo, hay personas que son felices pagando para que los dejen ser voluntarios en programas de ayuda en países africanos. Pagan por la experiencia que los satisface. La felicidad evaluativa no se puede comprar directamente, pero el dinero puede ayudar a conseguir metas y experiencias que indirectamente la fomenten.[9]
Balance entre trabajo y vida
El balance entre la vida laboral y la personal es importante para mantener un estilo de vida saludable y productivo. Trabajar demasiado, paradójicamente, reduce la productividad y se relaciona con el declive de la salud: problemas cardíacos, emociones negativas (como ansiedad y depresión) y problemas cognitivos (como falta de atención y deterioro de la capacidad para tomar decisiones y liderar). Un buen equilibrio entre trabajo y vida personal, incluida la familia, la comunidad y el tiempo de ocio, puede aumentar la satisfacción laboral, mejorar la salud mental y el bienestar general, hacer de las personas mejores líderes y decisores, y evitar renuncias al trabajo y deterioro de las relaciones personales.
Hay varias estrategias para lograr un mejor equilibrio trabajo-vida:
- Establecer límites claros entre los ámbitos laboral y personal; por ejemplo, contar con horarios de trabajo específicos y evitar actividades relacionadas con el trabajo durante el tiempo personal. Hay que desconectarse. Recibir o enviar correos, mensajes y llamadas telefónicas laborales fuera del horario de trabajo, así como trabajar regularmente largas jornadas, son malas prácticas comunes de la invasión del trabajo en el tiempo personal.
- Priorizar las actividades personales como se hace con el trabajo: atribuir a la vida familiar la misma seriedad que al trabajo. Una actividad con la pareja o los hijos tiene que considerarse con la misma importancia de una reunión de trabajo.
- Procurar tener un trabajo que sea una afición (un jobby, de la mezcla de las palabras en inglés job y hobby, empleo y afición), un trabajo que atrape, alineado con los propios valores y pasiones. Vivir en el trabajo con la mente en la hora de salida contamina tanto el trabajo como la vida.
- Explorar la posibilidad de horarios flexibles y trabajo remoto. Aunque no siempre funcionan, estas estrategias pueden ayudar a balancear las responsabilidades personales y profesionales. Ahora bien, la flexibilidad y el trabajo remoto no son adecuados para todo el mundo ni para todas las empresas. Los resultados en productividad de los horarios flexibles han sido ambiguos; hay que hacer un experimento para ver si es beneficioso en casos particulares.
- Trabajar en casa, aunque el trabajo remoto puede afectar tanto las relaciones laborales (por la falta de contacto directo con los compañeros) como las familiares. En casa se tiene que ser odioso y decir no a peticiones ajenas al trabajo, en horario laboral, para dar a entender que durante las horas de trabajo es como si no se estuviera en casa. Se pueden tomar descansos regulares en los cuales se pueden hacer breves tareas del hogar o cumplir peticiones de la familia, teniendo cuidado de no engancharse en actividades que roben tiempo de trabajo. Se puede llevar un registro de tiempos, tareas u objetivos, para recuperar el tiempo utilizado en actividades familiares durante el horario laboral.
- Aprovechar las vacaciones y los días festivos para su función original: que no se conviertan regularmente en oportunidades para recuperar trabajo atrasado.
El trabajador en busca de sentido
Hallar sentido al trabajo es importante, pues la persona promedio pasa un tercio de la vida diaria trabajando. A pesar del mucho empeño en practicar intervenciones motivacionales en las empresas, las encuestas globales sobre satisfacción en el trabajo arrojan que cerca de la mitad de los trabajadores reportan no sentirse muy satisfechos con el trabajo. En el más reciente informe de Gallup sobre satisfacción laboral, solo el 21 por ciento de los empleados se siente comprometidos con su trabajo y la mayoría no encuentra su trabajo significativo.[10] ¿Cómo encontrar sentido en el trabajo para que sea satisfactorio, dada su importancia para el bienestar del trabajador y de la empresa?
Hay trabajos satisfactorios de por sí, en los que un trabajador siente un llamado vocacional, como ser bombero, médico o maestro, profesiones con las que la gente sueña en la infancia. Otros trabajos forman parte de un desarrollo de carrera; son satisfactorios porque conducen a una meta profesional. Pero a muchos otros trabajos no se les encuentra sentido, salvo la retribución económica, lo que a la larga produce cansancio, pérdida de productividad, renuncias o despidos. ¿Cómo hallarle sentido al trabajo en estos casos?
Un ejercicio sencillo para hallarle sentido al trabajo y, por ende, bienestar consiste en una técnica de análisis causal: la cadena de «¿por qué?». Piense en lo que hace un niño curioso cuando quiere entender algo que desconoce: pregunta una seguidilla de porqués obstinadamente, hasta llegar a una explicación convincente.
Un ejemplo es la siguiente secuencia para hallarle sentido a un trabajo que se hace por la remuneración: ¿por qué estoy haciendo este trabajo?, para ganar dinero; ¿por qué tengo que ganar dinero?, para darle una mejor educación a mis hijos; ¿por qué quiero darles una mejor educación a mis hijos?, porque quiero que tengan un mejor futuro; y así hasta desvelar un propósito significativo indirecto que le dé sentido al trabajo.
Una intervención un poco más avanzada, pero igualmente asequible para todos, es redefinir aspectos del trabajo.[11] Se ha encontrado que esta intervención aumenta la felicidad en el trabajo de manera perdurable, si tanto el trabajo como el trabajador se consideran maleables; es decir, pueden cambiar y crecer.[12] Entre las acciones específicas para redefinir el trabajo se tienen:
- Redefinición de tareas: modificar las tareas y responsabilidades específicas del puesto. Por ejemplo, un empleado puede buscar nuevos proyectos o responsabilidades que se ajusten a sus intereses, valores o fortalezas acordes con su desarrollo personal.
- Adaptación relacional: cambiar la naturaleza de las relaciones e interacciones con compañeros, supervisores o clientes. A tal efecto, un empleado puede colaborar con compañeros que tengan habilidades complementarias o con los que pueda establecer una relación de aprendizaje, ya sea enseñando o aprendiendo, o entablar relaciones con clientes que compartan valores.
- Reencuadre cognitivo: cambiar el marco de referencia mental, para pensar el trabajo como una actividad más plena. Un empleado puede centrarse en el impacto significativo de su trabajo; por ejemplo, un bedel de limpieza de una escuela puede pensar que está encargado de mantener la salud de niños y profesores; un gerente puede replantear sus retos laborales como oportunidades de crecimiento y desarrollo en determinadas áreas; un recluta puede plantearse su duro entrenamiento como una oportunidad de aumentar su probabilidad de sobrevivir en combate.
La paradoja de la felicidad: el lado oscuro
Hay que buscar la felicidad, pero sin exagerar. La búsqueda puede convertirse en una obsesión perniciosa y producir el efecto contrario: emociones negativas, tales como estrés y ansiedad. En un mundo donde parece dominar el imperativo de ser feliz, causa malestar no poder alcanzar la felicidad deseada.
Meik Wiking, director general del Instituto de Investigación de la Felicidad y autor de Hygge la felicidad de las cosas pequeñas[13] y Lykke: en búsqueda de la gente más feliz del mundo[14], señala que esta paradoja se manifiesta en los países nórdicos donde, a pesar de puntear en las mediciones internacionales de felicidad, se registran las mayores tasas de suicidio del mundo. Es duro emocionalmente ser infeliz en un país o una organización felices.
Aunada a la paradoja de la búsqueda de la felicidad se encuentra la paradoja de la valoración de la felicidad. Según algunos estudios, las personas que más valoran la felicidad son más propensas a sentirse defraudadas e infelices en situaciones en las que deberían ser felices, en especial si son mujeres.[15]
La felicidad está asociada a resultados deseables como se ha señalado abundantemente; pero un exceso de felicidad, no. El exceso se asocia a menor creatividad, exposición a riesgos excesivos (al creer que todo va a salir bien), uso de sustancias tóxicas y resultados subóptimos en negociaciones. La felicidad puede tornarse contraproducente.
Las emociones negativas tienen un lugar en el buen funcionamiento individual y social, como planteaba Aristóteles hace miles de años. Un sentimiento de culpa o de vergüenza, por ejemplo, puede motivar la corrección de comportamientos indeseables.
Dadas estas paradojas y sus efectos nocivos hay que ser cuidadosos con las intervenciones que se implementan en las organizaciones para elevar la felicidad o el bienestar general entre los trabajadores, para hacerlos a la vez más felices y productivos. Una organización de puros porristas felices puede llevar a una empresa feliz al abismo mientras vitorea su destino.
La felicidad y la satisfacción con la vida producen beneficios para trabajadores y empresas, pero pueden tener un lado oscuro. La felicidad es un concepto complejo, con muchas aristas, de las que pueden derivarse consejos para incidir en la satisfacción con la vida, pero no tanto como sugería el muy difundido gráfico de la felicidad. Aunque sea poco, vale la pena intentarlo, con cautela.
La felicidad depende de cómo se perciba la vida. Es lo que ocurre cuando se evalúa el progreso hacia metas, valores, propósitos y sentido. Pero no valore tanto la felicidad por sí misma, sino el camino que lleva hacia ella. La felicidad vendrá por añadidura. No olvide evaluar su vida a menudo, para que no se le pase sin saber que ha sido feliz.
Milko R. González-López, profesor del IESA.
Suscríbase aquí al boletín de novedades de Debates IESA.
Notas
[1] Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and slow. Farrar, Straus and Giroux.
[2] Helliwell, J. F., Layard, R., Sachs, J. D., De Neve, J.-E. y Aknin, L. B. (eds.). (2023). The world happiness report 2023. Sustainable Development Solutions Network.
[3] Oswald, A. J., Proto, E. y Sgroi, D. (2015). Happiness and productivity. Journal of Labor Economics, 33(4), 789-822. https://doi.org/10.1086/681096
[4] Nes, R. B. y Røysamb, E. (2017). Happiness in behaviour genetics: An update on heritability and changeability. Journal of Happiness Studies, 18(5), 1533-1552. https://doi.org/10.1007/s10902-016-9781-6
[5] Brown, N. J., y Rohrer, J. M. (2020). Easy as (happiness) pie? A critical evaluation of a popular model of the determinants of well-being. Journal of Happiness Studies, 21, 1.285-1.301. https://doi.org/10.1007/s10902-019-00128-4
Lyubomirsky, S., Sheldon, K. M., y Schkade, D. (2005). Pursuing happiness: the architecture of sustainable change. Review of General Psychology, 9(2), 111-131. https://doi.org/10.1037/1089-2680.9.2.111
Sheldon, K. M., y Lyubomirsky, S. (2021). Revisiting the Sustainable Happiness Model and Pie Chart: can happiness be successfully pursued? The Journal of Positive Psychology, 16(2), 145-154. https://doi.org/10.1080/17439760.2019.1689421
[6] Kahneman, D. (2010). The riddle of experience vs. memory. TED Conferences. https://www.ted.com/talks/daniel_kahneman_the_riddle_of_experience_vs_memory/transcript
[7] Waldinger, R. y Schulz, M. (2023). The good life: lessons from the world’s longest study on happiness. Random House.
[8] Killingsworth, M. A. (2021). Experienced well-being rises with income, even above $75,000 per year. Proceedings of the National Academy of Sciences, 118(4), e2016976118. https://doi.org/10.1073/pnas.2016976118
Killingsworth, M. A., Kahneman, D., y Mellers, B. (2023). Income and emotional well-being: a conflict resolved. Proceedings of the National Academy of Sciences, 120(10), e2208661120. https://doi.org/10.1073/pnas.2208661120
[9] Diener, E., Kahneman, D., Arora, R., Harter, J., y Tov, W. (2009). Income’s differential influence on judgments of life versus affective well-being. Assessing well-being: the collected works of Ed Diener, 233-246. https://doi.org/10.1007/978-90-481-2354-4_11
Kahneman, D., y Deaton, A. (2010). High income improves evaluation of life but not emotional well-being. Proceedings of the National Academy of Sciences, 107(38), 16489-16493. https://doi.org/10.1073/pnas.1011492107
Killingsworth, Kahneman y Mellers (2023).
Kumar, A., Killingsworth, M. A., y Gilovich, T. (2020). Spending on doing promotes more moment-to-moment happiness than spending on having. Journal of Experimental Social Psychology, 88, 103971. https://doi.org/10.1016/j.jesp.2020.103971
[10] Gallup (2022). State of the global workplace: 2022 report. https://www.gallup.com/workplace/350318/state-global-workplace-2022.aspx
[11] Wrzesniewski, A. y Dutton, J. E. (2001). Crafting a job: revisioning employees as active crafters of their work. The Academy of Management Review, 26(2), 179-201. https://doi.org/10.2307/259118
[12] Berg, J. M., Wrzesniewski, A., Grant, A. M., Kurkoski, J. y Welle, B. (2023). Getting unstuck: the effects of growth mindsets about the self and job on happiness at work. Journal of Applied Psychology, 108, 152-166. https://doi.org/10.1037/apl0001021
[13] Wiking, M. (2017). Hygge: la felicidad de las cosas pequeñas. Libros Cúpula (edición en inglés: The little book of Hygge: Danish secrets to happy living, William Morrow & Company).
[14] Wiking, M. (2018). Lykke: en busca de la gente más feliz del mundo. Libro Cúpula (edición en inglés: The little book of Lykke: the danish search for the world’s happiest people, Penguin Life).
[15] Ford, B., y Mauss, I. (2014). The paradoxical effects of pursuing positive emotion. Positive emotion: Integrating the light sides and dark sides, 363-382. https://doi.org/10.1093/acprof:oso/9780199926725.003.0020
Luhmann, M., Necka, E. A., Schönbrodt, F. D., y Hawkley, L. C. (2016). Is valuing happiness associated with lower well-being? A factor-level analysis using the valuing happiness scale. Journal of Research in Personality, 60, 46-50. https://doi.org/10.1016/j.jrp.2015.11.003
Mauss, I. B., Tamir, M., Anderson, C. L., y Savino, N. S. (2011). Can seeking happiness make people unhappy? Paradoxical effects of valuing happiness. Emotion, 11, 807-815. https://doi.org/10.1037/a0022010
Zerwas, F. K., y Ford, B. Q. (2021). The paradox of pursuing happiness. Current Opinion in Behavioral Sciences, 39, 106-112. https://doi.org/10.1016/j.cobeha.2021.03.006