El mito de la dictadura militar de los años cincuenta

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La década militar (1948-1958) no deja de despertar la curiosidad del venezolano; especialmente en la actualidad, cuando parecieran repetirse —aunque con importantes diferencias— el protagonismo de la institución armada y sus consecuencias autoritarias.

Carlos Balladares Castillo / 5 de noviembre de 2018


Reseña del libro Cuando las bayonetas hablan: nuevas miradas sobre la dictadura militar 1948-1958, de José Alberto Olivar y Guillermo Tell Aveledo (compiladores). Caracas: Universidad Metropolitana y Universidad Católica Andrés Bello. 2015.

 

La década militar (1948-1958) no deja de despertar la curiosidad del venezolano; especialmente en la actualidad, cuando parecieran repetirse —aunque con importantes diferencias— el protagonismo de la institución armada y sus consecuencias autoritarias. Volver la mirada hacia ese pasado no tan lejano, de la mano de profesionales de las ciencias sociales, en particular los historiadores, resulta esclarecedor en lo relativo a ciertas mentalidades y prácticas políticas persistentes. Cuando las bayonetas hablan es un texto que ayuda a desmontar mitos sobre ese período, porque deja de resaltar sus rasgos dictatoriales y represivos, para centrarse en aspectos «desestimados» como el petróleo, los planes económicos, el derecho y la justicia, el papel de la Iglesia católica, las migraciones y las relaciones internacionales.

Al hablar de la década militar es inevitable centrar la atención en su mayor protagonista —el general Marcos Pérez Jiménez— y el mito en torno a su obra de gobierno. En los años ochenta, al percibirse los primeros efectos de la crisis de la democracia refundada en 1958, se podían escuchar con frecuencia, en la conversación de la calle, comentarios nostálgicos sobre la dictadura (1952-1958). Se resaltaban dos aspectos fundamentalmente: su capacidad constructora («allí están la autopista, las torres de El Silencio; las grandes obras de Venezuela las hizo el general») y la seguridad personal («se podía dormir con las puertas abiertas y la gente respetaba la autoridad»). Al final se llegaba a una conclusión: los militares gobiernan mejor que los civiles porque «si a mi general no lo tumban el 23 de enero seríamos un país de primer mundo». Estas frases se les podían escuchar a muchos; pero no eran comunes en los profesionales, entre quienes la historia oficial pudo influir en la valoración de la democracia por encima de la dictadura. No obstante, poco a poco se consolida el mito —«la dictadura militar hizo más obras que la democracia y garantizaba la seguridad»— que condujo a una clara consecuencia cuando la democracia parecía agotada: votar por un militar carismático. Es claro que el proceso no fue tan simple, pero ese mito fue una de sus causas.

Ahora, a más de tres lustros del régimen presidido por un hombre del Ejército y que mantiene su influencia, el mito pérezjimenista sigue vivo. Se podría pensar que este sería arrastrado por la crisis de un gobierno que ha exaltado lo militar como se hizo en el período 1948-58, pero no ha sido así. Cuando los jóvenes hablan de Pérez Jiménez repiten una imagen que desde hace poco más de un año circula por las redes sociales y representa el mito en su máxima expresión: su gobierno construyó todas las carreteras y autopistas de Venezuela (y la infraestructura de servicios, entre otras), acabó con la delincuencia totalmente, revaluó el bolívar por encima del dólar y nos convertimos en una potencia mundial.

Una explicación de esta leyenda es que la tarea destructiva de la propaganda oficial de estos últimos tiempos contra los cuarenta años de democracia (1958-98) ha surtido efecto. Además, se piensa que el culpable de la actual crisis no es solo el gobierno chavista, sino la incapacidad de la democracia para crear bienestar, que llevó a la gente a votar por un populista de izquierda radical. Entre muchos jóvenes se ha desarrollado un desprecio por la democracia, con la percepción de que representa un medio para que las mayorías ignorantes se impongan a los más educados y ocasionó el deterioro social y económico del tiempo presente. Estos jóvenes consideran que la mejor forma de gobierno sería una especie de democracia censitaria o aristocrática, en la cual el voto sea determinado por el grado de instrucción.

El mito no ha logrado conformar una organización política que le facilite una expresión electoral o una importante movilización callejera; salvo en el pasado, en 1968, cuando se fundó el partido Cruzada Cívica Nacionalista que logró conquistar 21 diputados y cuatro senadores, fruto de más de 400.000 votos, un buen número comparado con los casi 940.000 que obtuvo Acción Democrática. En Chuao, urbanización del este de Caracas, existió hasta principios del siglo XXI una fundación que llevaba el nombre del dictador, pero ya ni eso queda. Hace dos años irrumpieron unos diez jóvenes en una reunión de la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática en el municipio Chacao: llevaban una pancarta con el rostro de Pérez Jiménez y se denominaban Movimiento Nacionalista Renacer Nacional. Después de esto no se les ha visto más, salvo una tímida presencia en las redes sociales. Al parecer, el mito apuntala otro conjunto de mentalidades: mesianismo, populismo y rentismo. Responde, seguramente, a esa creencia de que en algún momento Venezuela vivió una era dorada.

Cuando las bayonetas hablan examina esos tiempos que han sido mitificados, a partir de quince textos que por lo general no superan la cincuentena de páginas. Los dos primeros trabajos, escritos por Frank Rodríguez y María Elena del Valle, se refieren al discurso político de la dictadura, y constatan la creencia en que la institución armada es la única capaz de construir la nación: un discurso anticivil y contrario a la democracia y al liberalismo. Esa idea se fusiona con el mito fundacional de los próceres. Sus mayores exponentes eran el ministro del Interior Laureano Vallenilla Planchart (hijo de Laureano Vallenilla Lanz) y el propio Pérez Jiménez, quienes expresan una clara influencia positivista y, por ello, entienden la democracia como desarrollo material, no como desarrollo del pluralismo político y las libertades públicas.

Para identificar la parte de verdad que sostiene el mito ofrecen importantes pistas los textos de los siguientes autores: Luis Alberto Buttó (la modernización de las Fuerzas Armadas), José Alberto Olivar (los planes económicos), Ángel Muñoz Flores (la educación) y Karl Krispin (la inmigración). El trabajo sobre la institución castrense muestra, con un claro análisis sobre los aspectos de adquisición, manejo y conocimiento de nuevas armas, cómo el Ejército se hizo el más fuerte con respecto a las demás fuerzas. Los planes eran sumamente ambiciosos: proponían un rápido desarrollo material e industrial del país. Lo educativo se centraba en la infraestructura y los aspectos tecnocráticos; pero también en el afán nacionalista, como revela el artículo escrito por el comunicador Alfredo Rodríguez Iranzo sobre «el Retablo de maravillas». Al hablar de la inmigración, Krispin describe los años cincuenta como el momento cúspide de este fenómeno que cambió al país de una manera radical. Estos autores no apoyan la dictadura, todo lo contrario, pero advierten factores que tuvieron un importante impacto en la sociedad.

En lo referente al carácter autoritario del régimen casi todos los autores identifican un conjunto de hechos que lo constatan. Entre los artículos dedicados a este tema con mayor énfasis resaltan los de Carlos Alarico Gómez (la censura), Rogelio Pérez Perdomo (el derecho y la justicia: coexistían un sistema formal de justicia que tendió a perfeccionarse administrativamente y un «sistema personal de represión» controlado por la Seguridad Nacional y que no se regía por las leyes) y Guillermo Tell Aveledo (la Iglesia Católica, que detalla el cambio de esta organización en cuanto a su apoyo a la dictadura). Las relaciones internacionales son atendidas por Luis Manuel Marcano, quien analiza los vínculos con Estados Unidos, corroborados con documentos del Departamento de Estado, cuya influencia llevó a la ruptura de Venezuela con la Unión Soviética, tema tratado por Juan Alexis Acuña.

Los aspectos del mito referidos al gran desarrollo económico de la dictadura y la superación de la vivienda informal (el rancho) en la ciudad de Caracas fueron tratados, respectivamente, por Rafael MacQuhae y Lorena Puerta. El profesor Olivar advierte, por su parte, que el rápido crecimiento vivido fue ocasionado por el gran gasto público que permitía el ingreso petrolero, no por la diversificación del aparato productivo. MacQuhae habla de un grado de industrialización muy bajo y una economía incapaz de absorber su mano de obra (debido a la sobrevaluación, entre otras causas) que gastaba sus recursos en armas y obras suntuosas. La dictadura no tuvo un plan de inversiones reproductivas (industria o agricultura), sino de gasto para el mantenimiento de las construcciones y las armas. El estancamiento era el destino: la potencia mundial que describe el mito se desmorona ante los hechos. En lo que respecta a la construcción de viviendas populares se observa un gran esfuerzo, pero el crecimiento de la población y la rápida migración del campo a la ciudad impedían la superación del déficit.

El último texto pertenece a la historiadora Laura Febres y analiza los escritos en el exilio de Mario Briceño-Iragorry. Habla de la angustia en la distancia, lo que hace pensar en otro tipo de lejanías: las del tiempo. A sesenta años de aquella década militar, a más de un venezolano le angustia ver cómo se repiten mitos, vicios y formas de hacer política. Si los mitos son parte inseparable de cada sociedad, ¿no habrá llegado la hora de crear otros, que permitan acceder finalmente a la tan ansiada modernidad?


Carlos Balladares Castillo, profesor de las universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello.