En la narrativa del mercado de valores estadounidense tres acrónimos reflejan las complejidades del panorama de inversión vivido desde la Gran Crisis Financiera de 2007-2009: Fomo, Tina y Wagmi.
Algo muy característico de la cultura popular estadounidense es la afición por los acrónimos: una manera económica de evocar ideas complejas en un artículo de opinión o en una conversación cotidiana, sin necesidad de entrar en detalles. La aparición de un acrónimo es señal de un tema que tendrá mucha repercusión en los próximos años. En la narrativa sobre el mercado de valores estadounidense hay tres acrónimos que reflejan las complejidades del panorama de inversión vivido desde la Gran Crisis Financiera de 2007-2009: Fomo (las siglas en inglés de «miedo a quedarse por fuera»), Tina («no hay alternativa») y Wagmi («todos vamos a lograrlo»).
Fomo y Tina surgieron en contextos no financieros. El primero describe un tipo de ansiedad social causada por la impresión de que el resto del mundo tiene experiencias gratificantes y divertidas, y Tina se remonta al gobierno de Margaret Thatcher. Pero ambos han sido reinterpretados para reflejar los dilemas que los inversionistas han vivido en la última década, debido a la enorme cantidad de recursos líquidos inyectados por la Reserva Federal para dar respuesta, primero, a la crisis financiera y, luego, a la covid-19.
Muchos líderes de opinión del mundo financiero tenían, al menos, un par de años anunciando que el mercado accionario estadounidense estaba sobrevaluado. También reconocían que tal sobrevaluación podía mantenerse e incluso aumentar antes de que una corrección de precios fuese posible.
Tina consiste en aceptar que, aunque un grupo de activos esté sobrevaluado, no hay otras opciones disponibles. En el caso del mercado estadounidense, la alternativa más obvia para sustituir las acciones era invertir en instrumentos de renta fija, sobre los cuales pesaba la amenaza de una inminente alza de las tasas de interés que, de materializarse, deprimiría sus precios.
Si la prudencia sugería reducir la exposición a las acciones, la incertidumbre —no saber en cuánto tiempo se produciría la esperada corrección— invocaba la expresión Fomo. Los inversionistas institucionales —evaluados por sus clientes y empleadores— quedan muy mal parados cuando pierden «el autobús» de una tendencia; de allí que muchos prefieren perder en manada que adoptar posiciones divergentes. Esperar a que suceda una corrección es siempre una apuesta grande.
En el mundo de Tina y Fomo hay una gran necesidad de encontrar opciones de inversión, y ese espacio han intentado llenarlo con cierto éxito los criptoactivos; no tanto por su desempeño financiero, como por el gran interés que han despertado en todo tipo de inversionistas. El mundo de los criptoactivos es como la Big Bang seguida de una constante expansión.
Las empresas que tratan de capitalizar en su crecimiento necesitan una gran masa de creyentes que soporten los embates de la volatilidad de los precios de estos activos sin perder la fe. Nada es más útil que una palabra capaz de reforzar la idea de que hay una luz al final del túnel. De allí viene Wagmi.
Wagmi es una gran mentira. En todas las innovaciones muchos son los llamados y pocos los escogidos. La tecnología de cadenas de bloques desempeñará un papel importante en el ecosistema financiero que está emergiendo; pero no todos los activos que se emitan ni todos los intermediarios que participen sobrevivirán a las exigencias regulatorias, a los errores en los diseños de productos y servicios, y a la presencia de competidores más eficientes.
La turbulencia que sufre el mercado financiero estadounidense en este momento es un duro mecanismo de profilaxia para evitar males mayores. Por un tiempo, los términos Tina y Fomo dejarán de utilizarse, pues aparecerán nuevas opciones de inversión a precios razonables. Pero Wagmi siempre estará vigente, porque la codicia es uno de los motores que mueven al mundo.
Carlos Jaramillo, director académico del IESA.
Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.