La oferta pública de acciones de Aramco o la historia que tal vez no sea

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Fotografía: Pixabay.

La OPA de la petrolera saudí se ha vuelto un verdadero quebradero de cabeza para el príncipe Bin Salmán, pues ha sacado a luz pública los problemas que enfrenta Arabia Saudí para abrirse a los mercados financieros internacionales.

Carlos Jaramillo / 4 de septiembre de 2018


El príncipe Mohámed bin Salmán, heredero al trono de Arabia Saudí, tiene como elemento central de su agenda política sentar las bases para que la economía de su país sea menos dependiente de los vaivenes del precio del petróleo y se enfile hacia una senda de crecimiento sostenido: un discurso muy atractivo para los jóvenes del reino saudí. Con la ayuda de la conocida empresa de consultoría internacional McKinsey, el príncipe Bin Salmán diseñó un plan estratégico conocido como «Visión 2030», que incluye la renovación del Fondo de Inversión Pública (PIF, por sus siglas en inglés) y que comenzó por un cambio de adscripción: del Ministerio de Finanzas al Consejo de Economía y Asuntos del Desarrollo, presidido por el propio Bin Salmán.

El nuevo PIF es el vehículo para ejecutar una serie de inversiones que consolidarán la diversificación económica del reino saudí. Maneja 250.000 millones de dólares en activos y tal cifra debería llegar a 400.000 millones para 2020. Este incremento provendrá, en buena medida, de la venta de cinco por ciento de las acciones de Aramco en una operación de oferta pública (OPA).

La OPA de Aramco se ha vuelto un verdadero quebradero de cabeza para el príncipe Bin Salmán, pues ha sacado a luz pública los problemas que enfrenta el país para abrirse a los mercados financieros internacionales. Para empezar, no es posible inscribir las acciones de una empresa en mercados como Nueva York o Londres si en el país del emisor se discriminan grupos minoritarios, como las mujeres saudíes. Adicionalmente, si Aramco se registrase en Nueva York, sus activos podrían ser embargados por los deudos de los fallecidos en los atentados del 11 de septiembre de 2001, pues existen claras sospechas de que el gobierno saudí de la época patrocinaba a los grupos extremistas que participaron en esos ataques. Adicionalmente, al ser Aramco una empresa pública, no podría escapar a auditorías exhaustivas sobre el monto de sus reservas de petróleo y gas.

La aspiración del príncipe Bin Salmán era levantar 100.000 millones de dólares, con la que sería la mayor OPA de la historia contemporánea. Esto hace suponer que el valor total de Aramco es de dos billones de dólares, cifra que algunos expertos petroleros consideran exagerada. Levantar tal cantidad de dinero requerirá revisar el régimen de impuestos y regalías vigente, para dar a los accionistas un flujo de caja que apoye tal valoración.

El ascenso del príncipe Bin Salmán como heredero al trono implicó apartar de la línea de sucesión al príncipe Mohámed bin Nayef, sobrino del actual rey Salmán bin Abdulaziz. Dado el grado de concentración de poder del príncipe Mohámed bin Salmán, desde su nombramiento como heredero en junio de 2017, para contrarrestar su avance otros miembros de la familia Saúd se han dedicado a frenar el desarrollo de la Visión 2030, lo que ha obstaculizado la OPA de Aramco.

En la táctica de bloqueo de la OPA se han usado dos argumentos. El primero es que el PIF puede levantar efectivo por 70.000 millones de dólares si vende su participación en la empresa petroquímica Sabic, que podría emitir bonos para pagar esa adquisición. El PIF podría también endeudarse, lo que evitaría la venta de una porción de un activo estratégico, y usar capacidad de endeudamiento ociosa tanto de la petrolera estatal como del PIF.

El segundo argumento es que Aramco es, para el reino saudí, más que su principal fuente de ingreso. En un contexto de escaso desarrollo institucional, la compañía participa en proyectos de educación y construcción de infraestructura, que sería difícil mantener para una empresa de oferta pública.

Para guardar las apariencias frente a terceros el gobierno saudí anunció recientemente un diferimiento de la OPA de Aramco para un momento más propicio, e insistió en que no debe ser entendido como un abandono definitivo. Mientras tanto, la pelea entre el príncipe Bin Salmán y sus enemigos se concentrará en la obtención de dinero fresco para el PIF y en el uso de esos recursos en los distintos componentes del menú de inversiones con potencial de diversificación.

Sin la OPA de Aramco la salida es obtener ingresos con un alza del precio del petróleo, mientras se reducen las partidas del presupuesto ordinario del país y se dirigen esos recursos al PIF. El problema es que si Arabia Saudí reduce su volumen de producción para empujar el precio al alza, beneficiará a los productores de petróleo de esquistos y a actores como Libia o Venezuela, si logran aumentar su disminuida producción. En un escenario de recursos menguados, el fondo tendrá que olvidarse de inversiones en turismo o en empresas como Tesla, y concentrarse en energías alternas al petróleo e inversiones mucho menos glamorosas como las vislumbradas en Visión 2030.

Para los enemigos del príncipe es importante reducir el alcance de la Visión 2030, pues esta estrategia se concibió para captar una clientela política formada por grupos dispuestos a apoyar al príncipe heredero y su agenda transformadora a cambio de un bienestar menos dependiente del precio del petróleo y de mayor libertad política. Para algunos miembros de la familia Saúd, el éxito de esta propuesta es la muerte del mundo que conocieron y disfrutaron toda su vida. Para quienes siguen el mercado petrolero, las luchas por el poder en la familia Saúd es un elemento adicional para evaluar los movimientos tácticos de Arabia Saudí en los próximos años.


Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

Carlos Jaramillo, profesor del IESA.