Royal Dutch Shell en Venezuela: una mirada empresarial a la historia de la industria petrolera

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En los años cincuenta la empresa petrolera Royal Dutch Shell produce en Venezuela cuarenta por ciento de su producción mundial; por ello, la empresa envía al país sus mejores talentos que después pasarán a ser directores gerentes en sus sedes en Londres y La Haya. Algunos problemas de gestión de información y duplicidad de funciones, impulsan la realización de un estudio con la consultora estadounidense McKinsey en 1955

Carlos Balladares Castillo / 20 de enero de 2010


Reseña del libro de Alejandro E. Cáceres: Londres en Caracas y la Haya en Maracaibo: retos empresariales de Royal Dutch Shell en la industria petrolera venezolana entre 1943-1958. Caracas: Academia Nacional de la Historia-Fundación Bancaribe. 2019.

 

El venezolano ha percibido el petróleo como algo negativo. «Excremento del diablo» (como lo llamó Juan Pablo Pérez Alfonzo en 1976) no es un nombre inocente en esta tradición, y la famosa frase «sembrar el petróleo» (Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri, en 1936) era un antídoto contra lo que se consideraba pernicioso para la economía y la sociedad.

Las doctrinas políticas —socialdemocracia, socialcristianismo, comunismo— y el discurso historiográfico (marxista), que terminaron predominando en el siglo XX, consideraron el hidrocarburo una herramienta para la dominación de potencias o intereses extranjeros (imperialismo) o el sostenimiento de un sistema desigual (capitalismo). La literatura tendió a ignorarlo, o colocarlo en un segundo lugar, y cuando lo trataba directamente lo calificaba de riqueza ambicionada por el extranjero para robar y someter al criollo, por no hablar de las nefastas consecuencias de corrupción cultural de los «enclaves foráneos» que no intentaban integrarse a lo local. Cuando se habla del progreso logrado se termina por decir que el venezolano se intoxicó de rentismo, y ahora padece sus terribles consecuencias de dependencia e inestabilidad.

Un aporte contrario a esta tendencia, que muestra un conjunto de aspectos positivos de la industria petrolera, es el que ofrece el libro de Alejandro Cáceres, quien centra su estudio en el funcionamiento del sector, no en los efectos de la renta. Esta investigación fue merecedora del Premio Rafael María Baralt de la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe en su Bienal 2018-2019.

La industria petrolera, afirma Cáceres, «es la piedra angular en la evolución histórica de la economía venezolana desde 1922… coloca a Venezuela en el mapa energético mundial, convirtiéndose en pocos años en el mayor exportador del mundo y la joya de la corona para las grandes empresas petroleras multinacionales» (p. 13). De allí la importancia del estudio de esta industria para revisar la visión que se tiene de ella y responder «a uno de los grandes debates historiográficos dentro de la historia empresarial global, referido a la contribución de las multinacionales en el desarrollo económico de los países donde se establecieron» (p. 15). Tales metas orientan la línea de investigación que ha ido desarrollando el autor desde su tesis de Maestría en Economía e Historia en 2009 en la Universidad de Utrecht (Países Bajos): «The McKinsey Reports in Compañía Shell de Venezuela during the 1950s and its strategic insights for Royal Dutch Shell».

Cáceres es ingeniero industrial de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), Magister en Finanzas en el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), actual doctorando en Historia en la UCAB y profesor de posgrado tanto en la UCAB como en el IESA. Ha publicado artículos en revistas (por ejemplo, Debates IESA) y capítulos en libros colectivos. Su desempeño profesional lo ha ubicado en el mundo corporativo: estrategia, finanzas, consultoría y desarrollo de negocios.

Londres en Caracas y la Haya en Maracaibo es producto de la consulta de fuentes primarias, utilizadas en su tesis de maestría, como los relatos de las primeras exploraciones petroleras en Venezuela, los archivos históricos de la Royal Dutch Shell en La Haya, las revistas de comunicación interna de la compañía en el país y entrevistas (historia oral) con ejecutivos o personas clave de la empresa. El objetivo que se propuso fue «el estudio de las operaciones y el funcionamiento de la Shell en Venezuela, en especial el análisis de los retos empresariales que enfrentan y las innovaciones que implementan para resolverlos en términos de estructuras organizacionales, metodologías gerenciales y procesos tecnológicos, e iniciativas de educación y salud» (p. 15).

El capítulo I, «El petróleo encuentra a Venezuela», presenta un balance de las «visiones del petróleo en la historiografía venezolana», muestra la escasez de estudios de «la industria en sí misma» —«la evolución de la operación y el funcionamiento de las empresas petroleras, los modos de organizarse y la gestión del negocio petrolero antes de la nacionalización»— y aborda el porqué del petróleo en la economía venezolana desde una perspectiva histórica y empresarial (pp. 19-20). Hasta ahora se han dado respuestas a esta pregunta a partir de lo geológico y los lugares comunes del materialismo-histórico: la natural expansión imperialista de Estados Unidos y Gran Bretaña. De esta forma, el negocio petrolero aparece como algo inevitable en la Venezuela de principios del siglo XX. Pero, al seguir los relatos de los primeros exploradores petroleros (Leonard Victor Dalton y Ralph Arnold), se puede apreciar que esto no era cierto. Era un entorno de precariedad por la escasa población dispersa en un vasto territorio sin comunicaciones, con enfermedades endémicas y poco explorado (p. 23), donde se iniciaban los primeros pasos para la consolidación de un Estado-nación. Estos informes identificaban un importante potencial minero, pero se podía concluir que era un negocio muy riesgoso invertir en petróleo. Entonces ¿por qué se hizo?

Una decisión de negocios, no motivada por aspiraciones imperialistas o expansionistas… ya que para el gobierno de Juan Vicente Gómez fue un medio para diversificar la economía y para favorecer a su entorno íntimo como lo pone de manifiesto la concesión Aranguren. Asimismo, para los concesionarios, fue un medio para hacer fortuna traspasándola a las empresas extranjeras, y finalmente, para los inversionistas extranjeros, una jugada especulativa sustentada en un estudio con rigor científico (p. 32).

El estudio, elaborado por Ralph Arnold, fue rechazado por diversas compañías en Estados Unidos hasta que llegó a la Royal Dutch Shell en Londres. Su presidente Sir Henry Deterding, a pesar de considerarla «la operación más riesgosa de su vida», decidió emprenderla por el «valor potencial de esos inmensos territorios» y la compañía tenía suficiente capacidad financiera y técnica para desarrollar ese potencial (pp. 31-32).

Fue una apuesta que comenzó en 1912 con la compra de la compañía Caribbean Petroleum Company, que poseía el control de concesiones en un territorio inmenso, pero no capacidad para construir una torre. En los primeros diez años, el desarrollo de la industria fue limitado (1.400 barriles diarios), aunque con capacidad de exportación desde 1917. Pero todo cambia en diciembre de 1922 con el famoso reventón del pozo Los Barrosos 2, que produce 100.000 barriles diarios. Esto permite que «Venezuela aparezca en el mapa del negocio petrolero mundial» y se «inserte de manera plena en el sistema capitalista mundial, convirtiéndose para 1928 en el primer exportador y segundo productor del orbe» (pp. 34-37). Al final, este valiosísimo monopolio de la Shell en el país fue contrarrestado por el gobierno de Gómez, quien ofreció nuevas concesiones a la Standard Oil de Estados Unidos.

El capítulo II se dedica brevemente al contexto histórico de la industria petrolera hasta 1958, examinado en lo global, regional (latinoamericano) y local. Muestra cómo la demanda de petróleo no se detiene y en 1946 Venezuela logra producir un millón de barriles diarios; pero, con la aparición del Medio Oriente y sus bajos costos, deja de estar sola como alternativa de producción. Durante el período escogido para la investigación (1943-58), la industria «presenta estadísticas estelares»: crecimiento anual de quince por ciento, duplicación del número de empleados y multiplicación por diez de la refinación (p. 46). Todo esto implicaba grandes retos gerenciales para la empresa que se explican en el capítulo III, el más extenso (pp. 47-100) y en el cual se explica la reestructuración organizacional que se mantendrá por tres décadas.

La Royal Dutch Shell surge en 1907 de la fusión de una compañía con sede en La Haya —dedicada a la exploración, producción y refinación de hidrocarburos— con una firma británica dedicada al transporte y la comercialización (con oficina central en Londres). Con ella surge una de las primeras empresas integradas («con todos los eslabones de la cadena de valor» del negocio) de la historia de la industria petrolera. Luego se expande geográficamente y diversifica sus productos, crea divisiones organizacionales en función de las regiones, en busca de «un balance entre lo manejado por las oficinas centrales de Londres y La Haya y las compañías operadoras locales» y, a su vez, un equilibrio entre «las funciones del negocio manejadas desde su sede corporativa y las circunstancias cambiantes de los entornos locales donde operan» (pp. 47-49). Las acciones emprendidas para lograr tales equilibrios son «mantener las compañías operadoras lo más cercano posible de los mercados que atienden» y delegar la autoridad al nivel más bajo posible, todo ello bajo un permanente seguimiento por medio de reportes frecuentes (p. 48).

A partir de 1912 Shell se establece en Venezuela y adquiere nuevas compañías que sumarán once al final y se fusionarán entre 1953 y 1958. Para 1945 estas compañías representan más del 31 por ciento de la producción petrolera en Venezuela (solo superada por Creole con 43 por ciento). En Venezuela Shell produce cuarenta por ciento de su producción mundial, la mayor proporción; por ello, la empresa envía al país sus mejores talentos que después pasarán a ser directores gerentes en sus dos sedes (pp. 55-57). Las operaciones venezolanas se coordinan desde dos oficinas que se complementan: Caracas, que se dedica a los contactos con el gobierno y otras compañías, la administración y el mercadeo; y Maracaibo, donde se manejan y coordinan todas las actividades técnicas de exploración, producción, refinación y transporte, por estar cerca de la mayor parte de los pozos (p. 59).

La importancia y el crecimiento de la principal empresa de Shell, y algunos problemas de gestión de información y duplicidad de funciones, impulsan la realización de un estudio con la consultora estadounidense McKinsey en 1955. Las recomendaciones condujeron a crear una nueva estructura organizacional, con nuevos cargos y departamentos (por ejemplo, planificación, organización y control), en busca de «una clara distinción entre la gestión funcional, de apoyo y de línea; y la autoridad y rendición de cuentas». En general, se logró una mayor descentralización y delegación de decisiones, junto con la mejora tecnológica en comunicaciones y la aplicación pionera en el país de la informática (pp. 92-98).

El capítulo IV describe cómo Shell lleva a cabo grandes planes educativos y de salud para el progreso del país. Transforma su entorno: educa en todos los niveles a los empleados y sus familiares venezolanos, y combate las enfermedades endémicas en las zonas donde operaba. Cáceres concluye su libro con la prueba más cercana a la gente: la demostración palpable de una nueva perspectiva para comprender el fenómeno petrolero en Venezuela, que contribuya al relato de una nueva épica fundamentada en el emprendimiento y el trabajo, y alejada del culto a los próceres y a la violencia.


Carlos Balladares Castillo, profesor de las universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello.