¿Después de la pandemia viene la inflación?

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Ilustración: Gerd Altmann / Pixabay

La pandemia ha conducido a una nueva fase de intervenciones y ajustes. Una combinación de políticas fiscales y monetarias del G-7 ha comprometido recursos por siete billones de dólares. Dados los múltiples antecedentes históricos del impacto de la inyección de grandes masas de dinero, muchos esperan una ola inflacionaria.

Carlos Jaramillo / 28 de mayo de 2020


 

Si algo han mostrado los experimentos macroeconómicos para enfrentar la Gran Crisis Financiera de 2007-2009 es que, todavía, muchas cosas se desconocen de la inflación. Sigue siendo un misterio que la cantidad de recursos inyectados con el Programa de Expansión Cuantitativa elevó los precios de los activos financieros, mientras que a la Reserva Federal (FED) le ha sido imposible alcanzar su meta inflacionaria de dos por ciento durante años. Por mucho tiempo se pensó que las palabras liquidez y baja inflación no podían aparecer en la misma frase, pero sucedió.

La pandemia ha conducido a una nueva fase de intervenciones y ajustes. Una combinación de políticas fiscales y monetarias del G-7 —las economías líderes por sus ingresos— ha comprometido recursos por el orden de siete billones de dólares. Es natural que las personas, en vista de los múltiples antecedentes históricos sobre el impacto inflacionario de la inyección de grandes masas de dinero en cortos períodos, se pregunten si dentro de unos años ocurrirá una gran inflación como consecuencia de estas acciones.

En economía las condiciones de arranque de un proceso son críticas. Solo las proporciones de deuda de Japón (154 por ciento del PIB) e Italia (121 por ciento del PIB) cruzan el umbral de endeudamiento (ciento por ciento de PIB) considerado crítico para la aparición de distorsiones en el crecimiento económico, que incluyen presiones inflacionarias.

La pandemia ha ocasionado una reducción simultánea de la oferta y la demanda, especialmente en las actividades que requieren estrecho contacto humano. Tal reducción ha producido, además de un gran desempleo, caídas del consumo y aumentos de las tasas de ahorro precautelar, lo que en conjunto se traduce en presiones deflacionarias de corto plazo. Ahora bien, una reducción de la oferta de bienes y servicios junto con un aumento importante de M2 (depósitos a la vista, a plazos) produce cierto escozor inflacionario, salvo que la pandemia haya reducido la velocidad de circulación del dinero, lo cual aún no se sabe.

¿Qué podría causar un brote sorpresivo de inflación? Un aumento importante del endeudamiento de los gobiernos nacionales, acompañado de una subordinación de los bancos centrales a las presiones de los poderes ejecutivos —que exigirían bajas tasas de interés en el más puro estilo de la dialéctica Trump-Powell— y unas tasas de interés al alza a pesar de las presiones gubernamentales.

La gran productividad china de las últimas dos décadas y los cambios en los canales de distribución de productos, gracias al comercio electrónico, fueron dos fuentes deflacionarias presentes en el último quinquenio. Los cambios tecnológicos seguirán abonando a la deflación, pero no puede decirse lo mismo de la redefinición de la globalización que se avecina, en la que el gigante asiático no las tiene todas consigo.

Para evitar la amenaza de la inflación es necesario que, apenas las economías den señales de entrar en una sólida recuperación, aumenten los impuestos a grandes fortunas y empresas para rebajar los saldos del endeudamiento contraído durante la crisis. En el camino, los bancos centrales tendrán que dar una gran pelea para proteger su autonomía. Los pronósticos no son buenos para el empleo y la remuneración del ahorro. El futuro pinta más deflacionario que nunca.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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