Otro gran reto que pondrá a prueba las habilidades del presidente Biden como negociador al frente de un nuevo gobierno con mayoría endeble, se encuentra en la relación de Estados Unidos con China.
Carlos Jaramillo / 26 de noviembre de 2020
El historiador británico Niall Ferguson sostenía, en entrevista reciente con el diario español El País, que el presidente Trump será recordado por haber cambiado el curso de la política exterior de su país con respecto a China, que seguía hasta entonces los lineamientos trazados por Richard Nixon y Henry Kissinger a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado.
Temas como la protección de Estados Unidos a Taiwán, el estatus de Hong Kong como zona económica especial, las incursiones del gigante asiático en el Mar del Sur de China, las represiones contra la etnia uigur y la violación de los derechos religiosos y humanos de la población del Tíbet seguirán siendo los grandes lunares en la relación entre ambas naciones.
El gobierno de Trump ha sido criticado duramente por su falta de foco en la relación con China, que se refleja en el poco interés en fortalecer sus vínculos con aliados tradicionales en la región como son Japón, Corea del Sur, Australia, Tailandia y Filipinas. Estos países necesitan mantener una relación fluida con el gigante asiático, dada la magnitud de sus vínculos comerciales. Pero, para mantener cierto grado de independencia dentro de un esquema de cooperación, requieren el apoyo de una potencia económica que haga las veces de Estado protector, papel que a los Estados Unidos de la era Trump nunca le interesó asumir.
Algunos académicos chinos sospechan que Biden tratará a su país más como a un competidor que como a un enemigo, por lo que no esperan cambios inesperados en los aranceles comerciales, con lo que Trump les amenazaba cada vez que las discusiones se trancaban en la guerra económica sostenida en los últimos dos años. Para los chinos, las relaciones con un competidor se enmarcan dentro de un conjunto de reglas que aún deben afinarse. Con los enemigos el trato es muy diferente.
El acceso de las empresas chinas a las tecnologías de sus socios comerciales estadounidenses y la limitación de la participación de empresas estadounidenses como proveedores de la industria bélica china, y su equivalente para las empresas chinas en Estados Unidos, serán puntos que se tratarán una y otra vez a medida que la nueva administración muestre su agenda de trabajo.
La República Popular China tardó diez días en reconocer el triunfo de Joseph Biden, un poco por temores a represalias del gobierno saliente y otro tanto para jugar el juego de algunos enemigos de Estados Unidos, que quieren mostrar la renuencia de Trump a reconocer su derrota como un símbolo de la decadencia del sistema político estadounidense. Con Biden, los chinos esperan que cesen las críticas directas a su sistema de gobierno y a sus dirigentes a las que Trump les tenía acostumbrados y las consideraban irracionales y sin precedentes, ni siquiera durante la Guerra Fría.
¿Logrará el presidente Biden que las empresas del sector financiero estadounidense entren finalmente a competir activamente en China continental? ¿Lograrán los chinos evitar que las empresas estadounidenses los saquen de sus cadenas de suministros para evitar la exposición excesiva a un competidor que a veces parece un enemigo? Estas son las preguntas que deberán responderse en el nuevo ciclo de relaciones chino-estadounidenses que arrancan el próximo 20 de enero de 2021.
Carlos Jaramillo, director académico del IESA.
Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.